Si os digo que escribo con la vista de la montaña en el horizonte, la perra dormida en el sofá y el tañer de las campanas de la iglesia de San Pedro, os parecerá idílico a unos y aburrido a otros. Os entiendo a ambos. El caso es que ese es el escenario y la atmósfera desde la que escribo. Sin conservantes ni acidulantes. Pan, aceite y sal.
Desde hace un tiempo -años ya- elegí volver, regresar a Buñol, al pueblo donde he vivido siempre. Nací en Utiel un 26 de enero de 1971. Mi padre cambió de trabajo y sus amigos le propusieron ser camionero en la cementera de Buñol. Nos vinimos. Madre, padre e hijo de un año. El contacto con Utiel siguió vivo porque la distancia es poca y porque la familia, primos, tíos, abuelos, vivían allí. Fue genial compartir dos pueblos. ¿De dónde eres?, preguntaban en el colegio. De dos lugares: Utiel y Buñol. Y así sigo.
En fin, que gracias o como consecuencia de una madre enferma hubo que dejar Madrid. El contraste fue brutal. Mucho, tremendo. De vivir en la Glorieta de Bilbao donde había fiestas con Bibiana a regresar a la casa donde se quedó el póster de la adolescencia. Del jaleo entre coches, avenidas y estrenos, a las calles donde, con menos altura, salía corriendo del colegio.
Volver a la misma casa donde los recuerdos habían crecido y los amigos, también. Muchos, con hijos de la edad que yo recuerdo a los ahora padres y madres.
Volver, diría Garci. Volver después de tropezarme con lestrigones, cíclopes y el colérico Poseidón. Volver después de conocer los emporios de Fenicia, ver hermosas mercancías, nácar y coral, ámbar y ébano y toda suerte de perfumes sensuales.
Sí, sí. Es parte del poema de Itaca de Konstantino Kavafis. Me recuerda a la sensación que tuve cuando regresé a Buñol.
-¿Cuéntanos?
-Pues en Madrid… - como si fuera la Antártida.
Resultaba divertido comentar con los amigos de siempre las aventuras vividas entre estrellas y estrellados, recordar aventuras o poner nombre y apellidos a situaciones cómicas. También dramáticas.
-¿Lo dijo tal?
-Lo dijo, lo dijo. Tal cual.
-Y quién era el que te…
La llegada a Buñol fue muy agradable, fácil y sencilla. Luminosa. El mismo nivel de contraste que de maravillosa acogida. Era -es- estar en casa otra vez.
Bien es cierto que no se pueden vivir dos vidas a la vez. Pero la que te toca, es bueno interpretarla bien. Por eso, olvidé a los lestrigones, cíclopes y al colérico Poseidón con facilidad. Lo importante estaba aquí, en Buñol. Lo importante y lo urgente, que no es lo mismo.
Dice el poema: “Itaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.”
Pan, aceite y sal. Y, añado, un poco de tomate.
20 de octubre de 2024. Máximo.